Punto de vista antiimperialista

   

“Somos anti-imperialistas porque somos marxistas, porque somos revolucionarios, porque oponemos al capitalismo el socialismo como sistema antagónico, llamado a sucederlo, porque en la lucha contra los imperialismos extranjeros cumplimos nuestros deberes de solidaridad con las masas revolucionarias de Europa”.
Tesis de Mariátegui presentada a la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana (Buenos Aires, junio de 1929). Se ha reproducido de El Movimiento Revolucionario Latino Americano (Editado por La Correspondencia Sudamericana).


1º- ¿Hasta qué punto puede asimilarse la situación de las repúblicas latinoamericanas a la de los paí­ses semi-coloniales? La condición económica de estas repúblicas, es, sin duda, semi-colonial, y, a medida que crezca su capitalismo y, en consecuencia, la penetración imperialista, tiene que acentuarse este carácter de su economí­a. Pero las burguesí­as nacionales, que ven en la cooperación con el imperialismo la mejor fuente de provechos, se sienten lo bastante dueñas del poder polí­tico para no preocuparse seriamente de la soberaní­a nacional. Estas burguesí­as, en Sud América, que no conoce todaví­a, salvo Panamá, la ocupación militar yanqui, no tienen ninguna predisposición a admitir la necesidad de luchar por la segunda independencia, como suponí­a ingenuamente la propaganda aprista. El Estado, o mejor la clase dominante no echa de menos un grado más amplio y cierto de autonomí­a nacional. La revolución de la Independencia está relativamente demasiado próxima, sus mitos y sí­mbolos demasiado vivos, en la conciencia de la burguesí­a y la pequeña burguesí­a. La ilusión de la soberaní­a nacional se conserva en sus principales efectos. Pretender que en esta capa social prenda un sentimiento de nacionalismo revolucionario, parecido al que en condiciones distintas representa un factor de la lucha anti-imperialista en los paí­ses semi-coloniales avasallados por el imperialismo en los últimos decenios en Asia, serí­a un grave error.
Ya en nuestra discusión con los dirigentes del aprismo, reprobando su tendencia a proponer a la América Latina un Kuo Min Tang, como modo de evitar la imitación europeí­sta y acomodar la acción revolucionaria a una apreciación exacta de nuestra propia realidad, sostení­amos hace más de un año la siguiente tesis:
?La colaboración con la burguesí­a, y aun de muchos elementos feudales, en la lucha antiimperialista china, se explica por razones de raza, de civilización nacional que entre nosotros no existen. El chino noble o burgués se siente entrañablemente chino. Al desprecio del blanco por su cultura estratificada y decrépita, corresponde con el desprecio y el orgullo de su tradición milenaria. El anti-imperialismo en la China puede, por tanto, descansar en el sentimiento y en el factor nacionalista. En Indo-América las circunstancias no son las mismas. La aristocracia y la burguesí­a criollas no se sienten solidarizadas con el pueblo por el lazo de una historia y de una cultura comunes. En el Perú, el aristócrata y el burgués blancos, desprecian lo popular, lo nacional. Se sienten, ante todo, blancos. El pequeño burgués mestizo imita este ejemplo. La burguesí­a limeña fraterniza con los capitalistas yanquis, y aún con sus simples empleados, en el Country Club, en el Tennis y en las calles. El yanqui desposa sin inconveniente de raza ni de religión a la señorita criolla, y ésta no siente escrúpulo de nacionalidad ni de cultura en preferir el matrimonio con un individuo de la raza invasora. Tampoco tiene este escrúpulo la muchacha de la clase media. La ?huachafita? que puede atrapar un yanqui empleado de Grace o de la Foundation lo hace con la satisfacción de quien siente elevarse su condición social. El factor nacionalista, por estas razones objetivas que a ninguno de ustedes escapa seguramente, no es decisivo ni fundamental en la lucha anti-imperialista en nuestro medio. Sólo en los paí­ses como la Argentina, donde existe una burguesí­a numerosa y rica, orgullosa del grado de riqueza y poder en su patria, y donde la personalidad nacional tiene por estas razones contornos más claros y netos que en estos paí­ses retardados, el anti-imperialismo puede (tal vez) penetrar fácilmente en los elementos burgueses; pero por razones de expansión y crecimiento capitalistas y no por razones de justicia social y doctrina socialista como es nuestro caso?.
La traición de la burguesí­a china, la quiebra del Kuo Min Tang, no eran todaví­a conocidas en toda su magnitud. Un conocimiento capitalista, y no por razones de justicia social y doctrinaria, demostró cuan poco se podí­a confiar, aún en paí­ses como la China, en el sentimiento nacionalista revolucionario de la burguesí­a.
Mientras la polí­tica imperialista logre ?manéger? los sentimientos y formalidades de la soberaní­a nacional de estos Estados, mientras no se vea obligada a recurrir a la intervención armada y a la ocupación militar, contará absolutamente con la colaboración de las burguesí­as. Aunque enfeudados a la economí­a imperialista, estos paí­ses, o más bien sus burguesí­as, se considerarán tan dueños de sus destinos como Rumania, Bulgaria, Polonia y demás paí­ses ?dependientes? de Europa.
Este factor de la psicologí­a polí­tica no debe ser descuidado en la estimación precisa de las posibilidades de la acción anti-imperialista en la América Latina. Su relegamiento, su olvido, ha sido una de las caracterí­sticas de la teorización aprista.
2º? La divergencia fundamental entre los elementos que en el Perú aceptaron en principio el Apra ?como un plan de frente único, nunca como partido y ni siquiera como organización en marcha efectiva? y los que fuera del Perú la definieron luego como un Kuo Min Tang latinoamericano, consiste en que los primeros permanecen fieles a la concepción económico-social revolucionaria del anti-imperialismo, mientras que los segundos explican así­ su posición: ?Somos de izquierda (o socialistas) porque somos antiimperialistas?. El anti-imperialismo resulta así­ elevado a la categorí­a de un programa, de una actitud polí­tica, de un movimiento que se basta a sí­ mismo y que conduce, espontáneamente, no sabemos en virtud de qué proceso, al socialismo, a la revolución social. Este concepto lleva a una desorbitada superestimación del movimiento anti-imperialista, a la exageración del mito de la lucha por la ?segunda independencia?, al romanticismo de que estamos, viviendo ya las jornadas de una nueva emancipación. De aquí­ la tendencia a reemplazar las ligas anti-imperialistas con un organismo polí­tico. Del Apra, concebida inicialmente como frente único, como alianza popular, como bloque de las clases oprimidas, se pasa al Apra definida como el Kuo Min Tang latinoamericano.
El anti-imperialismo, para nosotros, no constituye ni puede constituir, por sí­ solo, un programa polí­tico, un movimiento de masas apto para la conquista del poder. El anti-imperialismo, admitido que pudiese movilizar al lado de las masas obreras y campesinas, a la burguesí­a y pequeña burguesí­a nacionalistas (ya hemos negado terminantemente esta posibilidad) no anula el antagonismo entre las clases, no suprime su diferencia de intereses.
Ni la burguesí­a, ni la pequeña burguesí­a en el poder pueden hacer una polí­tica anti-imperialista. Tenemos la experiencia de México, donde la pequeña burguesí­a ha acabado por pactar con el imperialismo yanqui. Un gobierno ?nacionalista? puede usar, en sus relaciones con los Estados Unidos, un lenguaje distinto que el gobierno de Leguí­a en el Perú. Este gobierno es francamente, desenfadadamente pan-americanista, monroista; pero cualquier otro gobierno burgués harí­a, prácticamente, lo mismo que él, en materia de empréstitos y concesiones. Las inversiones del capital extranjero en el Perú crecen en estrecha y directa relación con el desarrollo económico del paí­s, con la explotación de sus riquezas naturales, con la población de su territorio, con el aumento de las ví­as de comunicación. ¿Qué cosa puede oponer a la penetración capitalista la más demagógica pequeña-burguesí­a? Nada, sino palabras. Nada, sino una temporal borrachera nacionalista. El asalto del poder por el anti-imperialismo, como movimiento demagógico populista, si fuese posible, no representarí­a nunca la conquista del poder, por las masas proletarias, por el socialismo. La revolución socialista encontrarí­a su más encarnizado y peligroso enemigo, ?peligroso por su confusionismo, por la demagogia?, en la pequeña burguesí­a afirmada en el poder, ganado mediante sus voces de orden.
Sin prescindir del empleo de ningún elemento de agitación anti-imperialista, ni de ningún medio de movilización de los sectores sociales que eventualmente pueden concurrir a esta lucha, nuestra misión es explicar y demostrar a las masas que sólo la revolución socialista opondrá al avance del imperialismo una valla definitiva y verdadera.
3°? Estos hechos diferencian la situación de los paí­ses Sud Americanos de la situación de los paí­ses Centro Americanos, donde el imperialismo yanqui, recurriendo a la intervención armada sin ningún reparo, provoca una reacción patriótica que puede fácilmente ganar al anti-imperialismo a una parte de la burguesí­a y la pequeña burguesí­a. La propaganda aprista, conducida personalmente por Haya de la Torre, no parece haber obtenido en ninguna otra parte de América mayores resultados. Sus prédicas confusionistas y mesiánicas, que aunque pretenden situarse en el plano de la lucha económica, apelan en realidad particularmente a los factores raciales y sentimentales, reúnen las condiciones necesarias para impresionar a la pequeña burguesí­a intelectual. La formación de partidos de clase y poderosas organizaciones sindicales, con clara consciencia clasista, no se presenta destinada en esos paí­ses al mismo desenvolvimiento inmediato que en Sud América. En nuestros paí­ses el factor clasista es más decisivo, está más desarrollado. No hay razón para recurrir a vagas fórmulas populistas tras de las cuales no pueden dejar de prosperar tendencias reaccionarí­as. Actualmente el aprismo, como propaganda, está circunscrito a Centro América; en Sud América, a consecuencia de la desviación populista, caudillista, pequeño-burguesa, que lo definí­a como el Kuo Min Tang latinoamericano, está en una etapa de liquidación total. Lo que resuelva al respecto el próximo Congreso Anti-imperialista de Parí­s, cuyo voto tiene que decidir la unificación de los organismos anti-imperialistas y establecer la distinción entre las plataformas y agitaciones anti-imperialistas y las tareas de la competencia de los partidos de clase y las organizaciones sindicales, pondrá término absolutamente a la cuestión.
4º? ¿Los intereses del capitalismo imperialista coinciden necesaria y fatalmente en nuestros paí­ses con los intereses feudales y semifeudales de la clase terrateniente? ¿La lucha contra la feudalidad se identifica forzosa y completamente con la lucha anti-imperialista? Ciertamente, el capitalismo imperialista utiliza el poder de la clase feudal, en tanto que la considera la clase polí­ticamente dominante. Pero, sus intereses económicos no son los mismos. La pequeña burguesí­a, sin exceptuar a la más demagógica, si atenúa en la práctica sus impulsos más marcadamente nacionalistas, puede llegar a la misma estrecha alianza con el capitalismo imperialista. El capital financiero se sentirá más seguro, si el poder está en manos de una clase social más numerosa, que, satisfaciendo ciertas reivindicaciones apremiosas y estorbando la orientación clasista de las masas, está en mejores condiciones que la vieja y odiada clase feudal de defender los intereses del capitalismo, de ser su custodio y su ujier. La creación de la pequeña propiedad, la expropiación de los latifundios, la liquidación de los privilegios feudales, no son contrarios a los intereses del imperialismo, de un modo inmediato. Por el contrario, en la medida en que los rezagos de feudalidad entraban el desenvolvimiento de una economí­a capitalista, ese movimiento de liquidación de la feudalidad, coincide con las exigencias del crecimiento capitalista, promovido por las inversiones y los técnicos del imperialismo; que desaparezcan los grandes latifundios, que en su lugar se constituya una economí­a agraria basada en lo que la demagogia burguesa llama la ?democratización? de la propiedad del suelo, que las viejas aristocracias se vean desplazadas por una burguesí­a y una pequeña burguesí­a más poderosa e influyente ?y por lo mismo más apta para garantizar la paz social?, nada de esto es contrario a los intereses del imperialismo. En el Perú, el régimen leguií­sta, aunque tí­mido en la práctica ante los intereses de los latifundistas y gamonales, que en gran parte le prestan su apoyo, no tiene ningún inconveniente en recurrir a la demagogia, en reclamar contra la feudalidad y sus privilegios, en tronar contra las antiguas oligarquí­as, en promover una distribución del suelo que hará de cada peón agrí­cola un pequeño propietario. De esta demagogia saca el leguií­smo, precisamente, sus mayores fuerzas. El leguií­smo no se atreve a tocar la gran propiedad. Pero el movimiento natural del desarrollo capitalista ?obras de irrigación, explotación de nuevas minas, etc.? va contra los intereses y privilegios de la feudalidad. Los latifundistas, a medida que crecen las áreas cultivables, que surgen nuevos focos de trabajo, pierden su principal fuerza: la disposición absoluta e incondicional de la mano de obra. En Lambayeque, donde se efectúan actualmente obras de regadí­o, la actividad capitalista de la comisión técnica que las dirige, y que preside un experto norteamericano, el ingeniero Sutton, ha entrado prontamente en conflicto con las conveniencias de los grandes terratenientes feudales. Estos grandes terratenientes son, principalmente, azucareros. La amenaza de que se les arrebate el monopolio de la tierra y el agua, y con él el medio de disponer a su antojo de la población de trabajadores saca de quicio a esta gente y la empuja a una actitud que el gobierno, aunque muy vinculado a muchos de sus elementos, califica de subversiva o anti-gobiernista. Sutton tiene las caracterí­sticas del hombre de empresa capitalista norteamericano. Su mentalidad, su trabajo, chocan al espí­ritu feudal de los latifundistas. Sutton ha establecido, por ejemplo, un sistema de distribución de las aguas, que reposa en el principio de que el dominio de ellas pertenece al Estado; los latifundistas consideraban el derecho sobre las aguas anexo a su derecho sobre la tierra. Según su tesis, las aguas eran suyas; eran y son propiedad absoluta de sus fundos.
5º? ¿Y la pequeña burguesí­a, cuyo rol en la lucha contra el imperialismo se superestima tanto, es como se dice, por razones de explotación económica, necesariamente opuesta a la penetración imperialista? La pequeña burguesí­a es, sin duda, la clase social más sensible al prestigio de los mitos nacionalistas. Pero el hecho económico que domina la cuestión, es el siguiente: en paí­ses de pauperismo español, donde la pequeña burguesí­a, por sus arraigados prejuicios de decencia, se resiste a la proletarización; donde ésta misma, por la miseria de los salarios no tiene fuerza económica para transformarla en parte en clase obrera; donde imperan la empleomaní­a, el recurso al pequeño puesto del Estado, la caza del sueldo y del puesto ?decente?; el establecimiento de grandes empresas que, aunque explotan enormemente a sus empleados nacionales, representan siempre para esta clase un trabajo mejor remunerado, es recibido y considerado favorablemente por la gente de clase media. La empresa yanqui representa mejor sueldo, posibilidad de ascención, emancipación de la empleomaní­a del Estado, donde no hay porvenir sino para los especuladores. Este hecho actúa, con una fuerza decisiva, sobre la conciencia del pequeño burgués, en busca o en goce de un puesto. En estos paí­ses, de pauperismo español, repetimos, la situación de las clases medias no es la constatada en los paí­ses donde estas clases han pasado un perí­odo de libre concurrencia, de crecimiento capitalista propicio a la iniciativa y al éxito individuales, a la opresión de los grandes monopolios.

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En conclusión, somos anti-imperialistas porque somos marxistas, porque somos revolucionarios, porque oponemos al capitalismo el socialismo como sistema antagónico, llamado a sucederlo, porque en la lucha contra los imperialismos extranjeros cumplimos nuestros deberes de solidaridad con las masas revolucionarias de Europa.
Lima, 21 de mayo de 1929.

(*) Tesis presentada a la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana (Buenos Aires, junio de 1929). Se ha reproducido de El Movimiento Revolucionario Latino Americano (Editado por La Correspondencia Sudamericana). La misma versión aparece en el Tomo II de la obra de Martí­nez de la Torre (págs. 414 a 418). Fue leí­da por Julio Portocarrero en circunstancias en que se debatí­a ?La lucha anti-imperialista y los problemas de táctica de los Partidos Comunistas de América Latina?. Al término de su lectura, el delegado peruano señaló: ?Compañeros: Así­ escribe el compañero José Carlos Mariátegui cuando formula su tesis sobre anti-imperialismo, analizando antes el estado económico y social del Perú…?. Nota de los Editores.