CIPEC (Centro de Investigación en Pensamiento Crítico)

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San Martí­n y el proyecto inconcluso de la Patria Grande

Néstor Kohan - Cátedra “De la teorí­a social de Marx a la teorí­a crí­tica latinoamericana” :: 17.08.18

Breves lí­neas sobre el Libertador del Sur, fragmento del libro sobre «Simón Bolí­var y nuestra independencia» (que analiza la relación entre ambos libertadores).

[Fragmento del libro sobre «Simón Bolí­var y nuestra independencia» (Ediciones Amauta Insurgente).

Bolí­var y San Martí­n

Las rivalidades

José Francisco de San Martí­n [1778-1850] constituye, junto con Simón Bolí­var, uno de los principales lí­deres de las revoluciones de independencia de Nuestra América. La historia oficial —al servicio, consciente o inconscientemente, de las clases dominantes— suele enfrentar a los precursores de las luchas emancipadoras apelando a relatos unilaterales y malintencionados (“Bolí­var dictador, bonapartista, ambicioso y autoritario”, “San Martí­n monárquico, militarista y aristocrático”, etc.). Con una mirada miope y sesgada, habitualmente localista, provinciana o regionalista, se defiende a un libertador a costa de insultar y denigrar al otro.
En Argentina, el general liberal Bartolomé Mitre [1821-1906], por ejemplo, creador de fábulas y mitos históricos de la burguesí­a, con el pretexto de cantar loas hagiográficas a San Martí­n (reducido a general limitadamente argentino e ideólogo de patrias chicas y separadas), no se cansa en sus libros de insultar y ensuciar al fundador de la Gran Colombia, esforzándose por hacer rivalizar ambas figuras, inventando un Bolí­var codicioso y egoí­sta, que privilegia su prestigio personal y su ombligo por sobre la lucha continental. (Su corriente historiográfica llegó al extremo de aceptar como “pruebas documentales” cartas falsificadas y apócrifas para impugnar a Bolí­var). Aunque con matices, comparten esa perspectiva historiográfica liberal el brillante Domingo Faustino Sarmiento [1811–1888], el más mediocre Vicente Fidel López [1815-1903] y el más divulgador Ricardo Levene [1885-1959]. En Venezuela Vicente Lecuna Salboch [1870-1954] y Rufino Blanco Fombona [1874-1944] y en Colombia Indalecio Liévano Aguirre [1917-1982], hacen algo sumamente similar… pero al revés. Reaccionan rechazando con justicia los mitos de Mitre y defendiendo a Bolí­var, pero para eso se inventan a su vez un San Martí­n blanquito, europeo, aristocrático y oligarca (que si combate fuera de su paí­s es… para dominar pueblos, no para liberarlos). En ambos campos se condensa una manera cristalizada y tradicional de (mal) comprender América Latina y a sus libertadores.

Mitos y leyendas

A despecho de esos mitos que los enfrentan de modo artificial dibujándolos recí­procamente como ambiciosos y codiciosos, los dos libertadores terminaron pobres, sin un centavo, habiendo combatido contra el imperio y entregado lo mejor de sus vidas por la emancipación de todo un continente. Ambos fueron traicionados y abandonados por las burguesí­as mezquinas, miopes y lúmpenes de sus respectivos paí­ses, incapaces —por su dependencia con los grandes imperios capitalistas de ayer y de hoy— de construir una gran, poderosa y unida nación latinoamericana. Por lo general, los relatos tradicionalistas que oponen a Bolí­var contra San Martí­n y viceversa, suelen ser acompañados de sumisa admiración por “la gran democracia” norteamericana y sus fundadores “republicanos”… y esclavistas.
¿Cuál es la estrategia implí­cita en esos relatos y leyendas elaborados para contraponer y trazar falsas dicotomí­as entre los libertadores de Nuestra América? Dividir y fragmentar América Latina, generar y alimentar odios nacionalistas de patas cortas, celos mezquinos de parroquia y rivalidades patrioteras de pequeña aldea (que algunas veces contaminan, incluso, a escritores progresistas y de izquierda…). Entre muchas otras, la polémica que enfrentó en los años ’40 al argentino Eduardo Colombres Mármol (defensor de San Martí­n) con el venezolano Vicente Lecuna Salboch (defensor de Bolí­var) sobre la entrevista de Guayaquil constituye una muestra de ese espí­ritu patriotero que una mirada latinoamericanista y contemporánea debe dejar definitivamente atrás.

El falso San Martí­n

El verdadero San Martí­n es alguien muy distinto al general blanquito y europeí­sta que dibujaron los liberales Mitre, Sarmiento, Levene, etc. (los únicos que leyeron Lecuna y Blanco Fombona) y, tiempo después, los escribas de las Fuerzas Armadas argentinas. Éstos últimos inventaron un San Martí­n militarista a imagen y semejanza de ellos mismos. Para todos ellos San Martí­n aparece invariablemente como un fanático “anti-bolivariano” cuando la realidad es y fue muy distinta…
En la historia real, San Martí­n escribió sobre Bolí­var: “Puede afirmarse que sus hechos militares le han merecido, con razón, ser considerado como el hombre más extraordinario que ha producido la América del Sur. Lo que le caracteriza sobre todo y le imprime en cierto modo su sello especial es una constancia a toda prueba, a que las dificultades dan mayor tensión, sin dejarse jamás abatir por ellas, por grandes que sean los peligros a que su alma ardiente le arrastra”. Como bien recuerda Norberto Galasso en Seamos libres y lo demás no importa nada. Vida de San Martí­n en su vivienda el Libertador del sur tení­a tres retratos de Bolí­var: primero, una miniatura que le regalara personalmente el otro Libertador al terminar la entrevista de Guayaquil, segundo, un extenso óleo pintado por Mercedes, su propia hija, realizado a pedido de su padre y el tercero, una litografí­a cuyo dibujo fue realizado por Quesnet y litografiado por Frey. La litografí­a llevaba una frase que habrí­a pronunciado Bolí­var: “¡Unión, unión y seremos invencibles!”. San Martí­n colgó en su dormitorio esta litografí­a de Bolí­var en 1824 y la mantuvo hasta la muerte, más de un cuarto de siglo después… ¿Por qué guardar imágenes y cuadros de Bolí­var (durante más de 25 años) en su propia casa si eran “enemigos”?
A su vez, Bolí­var escribió sobre San Martí­n: “El genio de San Martí­n nos hace falta y sólo ahora comprendo el porque cedió el paso para no entorpecer la libertad que con tanto sacrificio habí­a conseguido para tres pueblos” (Carta de Simón Bolí­var a Sucre, 7/11/1824).

¿Quién era San Martí­n?

¿Quién era realmente José Francisco de San Martí­n? Aunque la historia oficial pretende lo contrario, su origen es plebeyo y popular. Como ha sugerido (y en gran medida demostrado) Hugo Chumbita, en su libro El secreto de Yapeyú. El origen mestizo de San Martí­n, éste nace cerca de Paraguay, en Yapeyú, ex misión jesuí­tica donde los indí­genas guaraní­es apoyaron a Artigas contra los portugueses. Niño de piel oscura y mestiza, su madre real fue Rosa Guarú, indí­gena guaraní­ que lo engendra, amamanta y educa hasta los 3 años, trabajando como criada, nodriza y sirvienta de Gregoria Matorras y Juan de San Martí­n (españoles blancos, que luego adoptan y anotan al pequeño como hijo propio y lo llevan a España). Su padre real fue el marino español Diego de Alvear y Ponce de León, de quien es hijo “ilegí­timo”, extramatrimonial, pues Rosa —que lo engendra a los 17 y llega a vivir 112 años—, la mamá indí­gena del pequeño José, no era su esposa legal. San Martí­n es hijo mestizo de esa doble tradición. Su padre Diego de Alvear paga su carrera militar en Málaga junto con la de Carlos de Alvear (su hijo legal). Ya adulto, José Francisco regresa a su pueblo y se dedica a luchar por la independencia de América contra el mundo cultural al que pertenecí­a su padre (algo que también le sucedió a Bolí­var). Los dos libertadores tuvieron como madres y educadoras a mujeres del pueblo. Al pequeño José Francisco lo crió Rosa, su mamá indí­gena guaraní­, al joven Simón lo amamantó y cuidó Hipólita, una mujer negra afrodescendiente.
Ese origen plebeyo y su rostro mestizo lo marcan a fuego. En Chile, la aristocracia blanca lo llama despectivamente “el mulato San Martí­n” y “el paraguayo”, según recuerda Benjamí­n Vicuña Mackenna. En Perú, las familias patricias lo desprecian llamándolo “el cholo de Misiones”. Según apunta Pastor Obligado, los españoles lo llamaban con desprecio “el indio misionero”. El general francés Miguel Brayer, que estuvo bajo sus órdenes y luego fue destituido, lo tachó de “el tape [indí­gena cristianizado] de Yapeyú”.
A los 5 años, los padres adoptivos de José Francisco lo llevan a España, lo anotan como propio y le dan su apellido. Su padre biológico no lo reconoció, pero aportó a cambio la ayuda económica para su carrera militar en Málaga. Allí­ José Francisco lucha en varias batallas (norte de ífrica y España) y enfrenta las invasiones napoleónicas. De formación militar en la guerra de guerrillas europea pero de identidad mestiza e indoamericana, regresa a su patria en marzo de 1812 en plena efervescencia independentista, cuando la lucha democrática se trasladaba de las metrópolis a las colonias. Llega en el mismo barco que Carlos de Alvear, con quien comparte la Logia Lautaro (fundada por Miranda como logia polí­tico-operativa, no sólo simbólica), pero con quien entrará en contradicción al poco tiempo, a tal punto que Alvear intentó separarlo del Ejército y destituirlo cuando San Martí­n estaba en Cuyo preparando el cruce de los Andes (San Martí­n se resiste y finalmente le gana la disputa a Alvear). En 1812 San Martí­n aún no era “el lí­der” sino un joven provinciano recién llegado cuando los jacobinos de Mariano Moreno habí­an sido transitoriamente derrotados. Para formar su Regimiento de Granaderos a Caballo San Martí­n solicita 300 muchachos guaraní­es de las Misiones, a quienes arengó en guaraní­ antes de la batalla de San Lorenzo (1813), clave de la independencia argentina. En 1814 asume el mando patriota del Ejército del Norte —donde habí­an luchado Castelli y Belgrano— de las Provincias Unidas.
Estando en Tucumán al frente del ejército del norte advierte que para liberar su paí­s hay que encarar la emancipación continental y atacar el Perú, corazón de la contrarrevolución. Eso sólo serí­a posible a través de Chile, pues desde Salta “la patria no hará camino por este lado que no sea una guerra defensiva y nada más, para eso bastan los valientes gauchos de Salta con dos escuadrones de buenos veteranos […] Ya le he dicho a usted mi secreto, un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile y acabar allí­ con los godos […] Aliando las fuerzas pasaremos por el mar a tomar Lima: ése es el camino y no éste” (San Martí­n: Carta a Rodrí­guez Peña, 23/4/1814). Si San Martí­n simplemente estaba ejecutando un plan preestablecido en 1800 por el militar escocés Sir Thomas Maitland (como sostiene Rodolfo Terragno en Maitland & San Martí­n), ¿para qué se tomó el trabajo de ir al norte a reorganizar el Ejército en Tucumán? No fue respondiendo planes británicos que San Martí­n concibió —como Bolí­var— la lucha continental. La historiografí­a eurocéntrica no puede aceptar que los latinoamericanos puedan elaborar sus propias estrategias. “Bolí­var gana la guerra… por la ayuda británica. San Martí­n triunfa… siguiendo planes británicos”. En última instancia, si ambos logran triunfar, habrí­a sido porque Europa se los permitió. Simples peones sumisos y obedientes. Por su cuenta serí­an incapaces. Una mentalidad tí­picamente colonial, domesticada y cipaya. Notorio complejo de inferioridad que perdura hasta hoy. En realidad, San Martí­n tení­a en mente marchar fuera del Virreinato del Rí­o de la Plata para liberar el continente porque el colonialismo era continental. Para lograrlo, desde Tucumán pide el traslado a Cuyo (llega a Mendoza en septiembre de 1814, 5 meses después de aquella carta), donde aplica las doctrinas económicas no de la inteligencia británica sino… del Plan revolucionario de operaciones de Moreno (propiedad estatal de las riquezas naturales, concepción de la guerra como pueblo en armas, impulso a la industria local y proteccionismo económico). Cruza la cordillera de los Andes en 1817 con un ejército de 5.423 combatientes de varias naciones. Libera Chile (venciendo en Chacabuco el 12/2/1817, declarando la independencia de Chile el 18/9/1818 y triunfando en Maipú el 5/4//1818) y alcanza por mar el Perú, la reserva estratégica del enemigo.

El Che Guevara y la estrategia de San Martí­n

Refiriéndose a la primera emancipación del sur de Nuestra América y a la estrategia desarrollada por los ejércitos libertadores de San Martí­n, el Che Guevara sostuvo: “Perdónenme compañeros mi insistencia castrense en las armas. Sucede que estamos evocando un dí­a en el cual el pueblo argentino manifestó su decisión de tomar la independencia contra el poder español y después de hacer el Cabildo Abierto, y después de aquellas discusiones de las cuales año tras año recordábamos en actos como estos, después de escuchar las manifestaciones de los obispos españoles que se negaban a la independencia y manifestaban la superioridad racial de España, después de todo eso, hubo que instrumentar aquel triunfo polí­tico de un momento. Y entonces el pueblo argentino tuvo que tomar las armas y expulsar de todas las fronteras al invasor español, habí­a que asegurar la independencia de la Argentina, asegurando también la independencia de las hermanas naciones de América” (Ernesto Che Guevara: Discurso del 25/5/1962 en La Habana, Cuba).
En ese mismo balance, proseguí­a afirmando el Che: “Y los ejércitos argentinos cruzaron los Andes para ayudar a la liberación de otros pueblos. Y cuando se recuerda las gestas libertadoras, siempre nuestro orgullo más que el haber obtenido la libertad de nuestro territorio, y haber sabido defenderlo de la intrusión de la fuerza realista, es el haber cooperado a la liberación de Chile y a la liberación del Perú con nuestras fuerzas, con nuestros ejércitos. Aquello era más que un altruismo de las fuerzas revolucionarias, era una necesidad imperiosa, era el dictado de la estrategia militar para obtener una victoria de alcances continentales, donde no podí­a haber victorias parciales, donde no podí­a haber otro resultado que el triunfo total o la derrota total de las ideas revolucionarias” (Ernesto Che Guevara: Discurso del 25/5/1962 en La Habana, Cuba).

Liberación del Perú

San Martí­n comanda la confrontación regular viajando por mar y desembarcando en el Perú (desde donde dirige la guerra de inteligencia) mientras el Ejército del Norte avanzaba desde Tucumán, pasando por la actual Bolivia (el Alto Perú) hacia las espaldas de las fuerzas españolas. La estrategia de San Martí­n combinaba formas distintas de lucha contra el imperio, las operaciones del ejército regular con divisoria del trabajo militar y la guerrilla de la montonera gaucha a caballo, la lucha de confrontación directa y la aproximación indirecta al enemigo español, la batalla abierta y la guerra de zapa (guerra de inteligencia en la cual se recogen datos y se desinforma al enemigo). Concebí­a la guerra a partir de la doctrina de pueblo en armas (que en España habí­a experimentado en la resistencia guerrillera contra las tropas napoleónicas y que en el sur habí­a teorizado Mariano Moreno). Esa estrategia puede corroborarse en sus Instrucciones para ílvarez de Arenales, donde se explaya con lujo de detalles sobre la guerra de guerrillas y su combinación con la lucha de los ejércitos regulares (José de San Martí­n: Instrucciones para Juan Antonio ílvarez de Arenales. Cuartel General de Pisco, 4/10/1820).
Ya en Perú, luchando con 4.000 patriotas contra 20.000 realistas, proclama la independencia en 1821. Con sentido latinoamericanista deja sentado en la Constitución que serán considerados ciudadanos del Perú todos los nacidos en América. Mientras en el Perú lo nombran «Protector», el gobierno elitista y comercial de Buenos Aires siempre le da la espalda, le retacea recursos y lo deja abandonado. La oligarquí­a porteña se limitaba a hacer buenos negocios con Inglaterra sin romper del todo con España. San Martí­n en cambio, como José Gervasio Artigas y Mariano Moreno, propugnaba confrontar y finalmente declarar la independencia definitiva.

¿Liberación o represión interna?

A contramano de la estrategia de San Martí­n, el Directorio elitista de Buenos Aires (bajo mandato de José Rondeau) intentó utilizar los Ejércitos del Norte y de los Andes para la represión interna en las guerras civiles contra los gauchos montoneros de Artigas (Carta de José Rondeau a San Martí­n, 18/12/1819). San Martí­n se niega y desobedece. Se lleva el Ejército y, desoyendo las órdenes de Buenos Aires, cruza en enero de 1820 nuevamente la Cordillera de los Andes y vuelve a Chile para marchar a Perú. Su espada sólo lucharí­a contra el colonialismo europeo, no en una guerra interna. Por eso, poco antes le escribe a Artigas: “No puedo ni debo analizar las causas de esta guerra entre hermanos; lo más sensible es que siendo todos de iguales opiniones en sus principios, es decir, en la emancipación e independencia absoluta de la España, pero sean cuales fueren las causas, creo que debemos cortar toda diferencia y dedicarnos a la destrucción de nuestros crueles enemigos, los españoles […]. Cada gota de sangre americana que se vierta por nuestros disgustos me llega al corazón. Paisano mí­o, hagamos un esfuerzo, transemos en todo y dediquémonos únicamente a la destrucción de los enemigos que quieren atacar nuestra libertad. Unámonos contra los maturrangos [los españoles] bajo las bases que Ud. crea y que el Gobierno de Buenos Aires vea más conveniente y después que no tengamos enemigos exteriores sigamos la contienda con las armas en la mano, en los términos que cada uno cree por conveniente; mi sable jamás se sacará de su vaina por opiniones polí­ticas, como estas no sean contra los españoles y su dependencia” (José de San Martí­n: Carta al Protector de los Pueblos Libres, Señor Don José Gervasio Artigas, 13/3/1819). Es el mismo pensamiento de Bolí­var, quien se oponí­a en la Gran Colombia a la “guerra de colores” entre distintas partes del pueblo. El enemigo era el imperio español.
En su “Orden general” de Mendoza, del 27/7/1819, San Martí­n habí­a sentenciado: “Compañeros del ejército de los Andes: La guerra se la tenemos de hacer del modo que podamos: sino tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos tiene de faltar: cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con la bayetilla que nos trabajen nuestras mujeres, y sino andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios: seamos libres, y lo demás no importa nada… Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano, hasta ver el paí­s enteramente libre, o morir con ellas como hombres de coraje”. Frente a las agresiones de 1838 y 1845 de Francia e Inglaterra contra la Confederación argentina, San Martí­n escribió desde el exilio polemizando contra la complicidad de intelectuales y polí­ticos criollos que las apoyaban: “Lo que no puedo concebir es que haya americanos que por un indigno espí­ritu de partido se unan al extranjero para humillar a su patria”. En su testamento, San Martí­n le regala su sable de combate al polémico caudillo argentino Juan Manuel de Rosas por haber resistido la invasión europea de Inglaterra y Francia (a su vez Rosas, el 17/2/1869, decide dejárselo como legado simbólico al Mariscal Francisco Solano Lopez, presidente de Paraguay). Frente a esos ataques de los “civilizados” europeos, San Martí­n escribe: “usted sabe que yo no pertenezco a ningún partido; me equivoco, yo soy de Partido Americano, así­ que no puedo mirar sin el mayor sentimiento los insultos que se hacen a la América. Ahora más que nunca siento que el estado deplorable de mi salud no me permita ir a tomar parte activa en defensa de los derechos sagrados de nuestra Patria, derechos que los demás estados Americanos se arrepentirán de no haber defendido por lo menos protestado contra toda intervención de Estados Europeos…”(San Martí­n: Carta a Tomás Guido, 20/10/1845).

La entrevista de Guayaquil

Bolí­var (descendiendo desde el norte) y San Martí­n (ascendiendo desde el sur) confluyen en Guayaquil el 26/7/1822. Están juntos aproximadamente 40 horas. Los dos se admiran recí­procamente. No se conocen previamente en persona, aunque Bolí­var tiene informes previos sobre la personalidad, el carácter y la psicologí­a de San Martí­n brindados por Manuela, quien lo conocí­a bien del Perú por ser amiga í­ntima de su amante Rosa Campusano y por haber sido condecorada con la Orden del Sol por el Libertador del sur (Manuela Saenz reconstruye esos informes sobre San Martí­n brindados a Bolí­var en su Diario de Paita).
Los dos libertadores conversan, discuten y debaten sobre cuatro temas, algunos más urgentes, otros menos: (a) Los liderazgos de la lucha todaví­a pendiente contra el imperio español (b) La ayuda militar de Bolí­var a San Martí­n para acabar definitivamente con los españoles en la sierra peruana, (c) La situación de Guayaquil que reclamaban tanto Colombia como Perú, y (d) la forma futura de gobierno de las nuevas naciones latinoamericanas tras la independencia. Como desenlace de esa entrevista, San Martí­n finalmente cede a Bolí­var la dirección polí­tico-militar de la lucha continental y se retira sin quejas, convencido que ha cumplido su misión.
De los temas más urgentes que ambos debatieron, mucho se ha discutido sobre los auxilios militares que San Martí­n necesitaba de Bolí­var, clave del asunto. Lo que nadie se pregunta es… ¿por qué los necesitaba? San Martí­n no pudo terminar su obra latinoamericana porque la oligarquí­a de Buenos Aires y sus cuadros polí­ticos le dieron la espalda, lo abandonaron y le escamotearon recursos económicos y combatientes a cambio de negociaciones deshonrosas con los europeos. La oligarquí­a de Buenos Aires odiaba a Bolí­var, tanto como despreciaba a San Martí­n (llegando al extremo de intentar destituirlo y separarlo del Ejército de los Andes en varias ocasiones hasta que finalmente lo dejaron solo y abandonado en sus campañas de liberación). Ese es en realidad “el gran secreto” —nunca mencionado ni analizado— de las discusiones entre los dos libertadores en la entrevista de Guayaquil, como anota en sus apuntes biográficos sobre San Martí­n el escritor Rodolfo Walsh (ver apéndice en este libro). San Martí­n, con elegancia y sutileza pero sin callarse, se lo habí­a remarcado tempranamente al jefe del gobierno porteño, el Director Supremo Pueyrredón, cuando le escribió “Un justo homenaje al virtuoso patriotismo de los habitantes de esta provincia […] Admira en efecto que un paí­s de mediana población sin erario público, sin comercio ni grandes capitalistas […] haya podido elevar de su mismo seno un ejército de 3.000 hombres, despojándose hasta de los esclavos, únicos brazos para su agricultura […] en fin, para decirlo de una vez dar cuantos auxilios son imaginables y que no han venido de esa capital, para la creación, progreso y sostén del Ejército de los Andes” (José de San Martí­n: Carta al Director Supremo Pueyrredón. Mendoza, 21/10/1816). Sin ambigüedades ni eufemismos, el Libertador del sur le deja en claro en esta carta a la máxima autoridad polí­tica del Rí­o de la Plata que Buenos Aires le negó auxilios y colaboración para formar y consolidar el Ejército de los Andes con el que poco tiempo después liberarí­a Chile y Perú, enfrentando a las tropas colonialistas. Esa inicial falta de auxilio se profundizarí­a con los años hasta convertirse prácticamente en hostilidad. Sin ese dato central, nada se entiende del encuentro de Guayaquil, de su desenlace ni de la decisión adoptada por San Martí­n.

Sujeto polí­tico y alianzas de clase

Ambos libertadores desbordan el objetivo limitado y los programas mezquinos de las burguesí­as criollas en los que en un comienzo se apoyaron. Superando esas limitaciones iniciales, tejen sueños de hermandad, igualdad y justicia. En un proceso complejo pero ininterrumpido van haciendo suyas las demandas de las grandes mayorí­as populares al comprender que el principal protagonista de la guerra de independencia es el pueblo en armas (integrado por mujeres y hombres mestizos, mulatos, negros, zambos, pardos, indí­genas y blancos rebeldes, urbanos, llaneros y gauchos rurales) en la medida en que las traiciones polí­ticas de los poderosos les muestran las vacilaciones de los de arriba y la abnegación heroica y sacrificada de los de abajo.
Bolí­var se fue despojando de su origen mantuano hasta conquistar a las mayorí­as populares de llaneros, mulatos, mestizos, pardos, zambos, indí­genas y negros que al comienzo le dieron la espalda (peleando del lado de Boves) y terminaron combatiendo en sus propias filas. Nacido mantuano (patricio de cuna criolla aristocrática), terminó defendiendo a los llaneros venezolanos y a los negros insurrectos de Haití­.
San Martí­n no sólo adoptó como su mano derecha a un mulato (Bernardo Monteagudo, despreciado por la oligarquí­a de Lima que lo termina asesinando). Además apeló a la guerra gaucha y las montoneras de gauchos a caballo y con lanza encabezadas por Martí­n Miguel de Güemes, así­ como a la guerra de las republiquetas y las guerrillas de Juana Azurduy y Manuel Ascencio Padilla en los territorios indí­genas del Alto Perú. Tejió alianzas con los indí­genas pehuenches para cruzar la Cordillera de los Andes y dirigió proclamas en idioma quechua y aymará en Perú. Sin los pueblos originarios, mestizos, gauchos, llaneros, negritudes y todo el mundo de los pobres como sujeto polí­tico de Nuestra América nunca se hubiera ganado la guerra de independencia. Sabiendo esto y cargado de odio contra la esclavitud, ni bien llegó al Perú escribió “Todo esclavo que desde esta fecha llegase al territorio independiente del Perú quedará libre del dominio de su amo, por el solo hecho de pisarlo” (José de San Martí­n: Decreto aboliendo la esclavitud. Lima, 24/11/1821). Este decreto sanmartiniano se adelanta casi medio siglo a la famosa enmienda abolicionista de Abraham Lincoln en EEUU, sin que por ello Hollywood haga pelí­culas al respecto… De este modo la lucha nacional y anticolonial adquirí­a un contenido social. Con ese decreto San Martí­n golpeaba doblemente, al imperio español esclavista y a la aristocracia igualmente esclavista de Lima.



La cuestión popular indí­gena

Tomando en cuenta esa concepción social plebeya, democrática y popular compartida con Bolí­var, no es raro que preparando el cruce de los Andes, a fines de 1816, San Martí­n se haya reunido con caciques indí­genas pehuenches en el campamento de El Plumerillo. Según Manuel de Olazábal, testigo presencial, allí­ San Martí­n les dijo a los caciques indí­genas: “Los he convocado para hacerles saber que los españoles van a pasar del Chile con su ejército para matar a todos los indios, y robarles sus mujeres e hijos. En vista de ello y como yo también soy indio voy a acabar con los godos que les han robado a ustedes las tierras de sus antepasados, y para ello pasaré los Andes con mi ejército y con estos cañones… Debemos pasar por los Andes por el Sur, pero necesito para ello licencia de ustedes que son los dueños del paí­s”. Esta última es exactamente la misma expresión de Bolí­var en su Carta de Jamaica de 1815 quien se refiere a los indí­genas como los “legí­timos propietarios del paí­s”. San Martí­n continuaba de esta manera la tradición de Moreno, Castelli, Belgrano y Artigas quienes también concebí­an a los pueblos originarios y las masas populares y plebeyas como sujetos polí­ticos centrales en la lucha de independencia. En 1819 escribe un oficio dirigido al Señor Cacique Panichines donde le dice “Esté vuestra merced cierto con todos los de su parcialidad que nuestra amistad y buena correspondencia será eterna: que nosotros y los nuestros jamás la quebrantarán, y antes al contrario, si alguna vez se viesen en peligro o amenazados, los hemos de defender hasta derramar nuestra sangre” (José de San Martí­n al Señor Cacique Panichines. Mendoza, 13/11/1819).
Luego, al llegar al Perú, San Martí­n lanza una proclama en quechua, aymará y castellano aboliendo el tributo indí­gena: “A los indios naturales del Perú: Compatriotas, amigos descendientes todos de los Incas. Ya llegó para vosotros la época venturosa de recobrar los derechos que son comunes a todos los individuos de la especie humana, y de salir del estado de miseria y de abatimiento a que le habí­an condenado los opresores de nuestro suelo […]. Nuestros sentimientos no son otros, ni otras nuestras aspiraciones, que establecer el reinado de la razón, de la equidad y de la paz sobre las ruinas del despotismo, de la crueldad y de la discordia […] Me lisonjeo de que os manifestareis dignos compatriotas y descendientes de Manco Capac, de Guayna Capac, de Tupac Yupanqui, de Paullo Tupac, parientes de Tupac Amaru, de Tembo Guacso, de Pampa Cagua. Feligreses del Dr. Muñecas y que cooperareis con todas las fuerzas al triunfo de la expedición libertadora, en el cual están envueltos vuestra libertad, vuestra fortuna, y vuestro apacible reposo, así­ como el bien perpetuo de todos vuestros hijos. Tened toda confianza en la protección de vuestro amigo y paisano el general San Martí­n”. Allí­ San Martí­n apelaba a la memoria de los antiguos lí­deres insurgentes indí­genas y a la de los recientes guerrilleros de las republiquetas como el cura Ildefonso Escolástico de las Muñecas. La rancia aristocracia de Lima no le perdonará jamás las ofensas cuando dijo “Una porción numerosa de nuestra especie ha sido hasta hoy mirada como un efecto permutable, y sujeto a los cálculos de un tráfico criminal, los hombres han comprado a los hombres, y no se han avergonzado de degradar la familia a que pertenecen, vendiéndose unos a otros” (San Martí­n: Decretos aboliendo el tributo, la mita, el pongo, la encomienda y el yanaconazgo. Lima, 12/8/1821, 27 y 28/8/1821) Lo odiarán tanto como a Monteagudo, a Sucre y a Bolí­var. Es muy probable que una de las fuentes principales de la admiración de San Martí­n por el mundo popular indí­gena se haya nutrido de la obra del inca Garcilaso de la Vega (prohibido luego de la rebelión de Túpac Amaru), escritor que San Martí­n leí­a asiduamente y que incluso propuso reeditar en Córdoba (Argentina).


El proyecto en común

Un análisis serio y riguroso del ví­nculo complejo de Simón Bolí­var y San Martí­n no deja lugar a dudas si se lo enfoca desde el siglo 21. Aunque ambos libertadores tengan diversos orí­genes familiares y de clase, perfiles psicológicos, estilos personales y provengan de culturas nacionales distintas, los dos forman parte de un mismo proyecto de independencia y revolución continental. Bolí­var pudo haber pensado en alguna instancia de su vida en un poder ejecutivo vitalicio (al estilo de Pétion en Haití­) y en un senado hereditario. Esa visión está condensada en su proyecto de constitución para Bolivia. A su vez San Martí­n pudo haber imaginado en algún momento, junto con Manuel Belgrano, que una monarquí­a incaica constitucional (que reinstalara el reino de los incas aplastado por la conquista española) podrí­a llegar a ser posible o deseable. Ya desde el exilio, San Martí­n confiesa “por inclinación y por principio amo el gobierno republicano y nadie, nadie lo es más que yo”, pero a continuación aclara que todaví­a no visualiza como posible ese tipo de gobierno en América debido a sus luchas intestinas (San Martí­n: Carta a Tomás Guido. Bruselas, 6/1/1827). No obstante, esos dos diagnósticos polí­ticos y esas dos elucubraciones institucionales completamente coyunturales (ante la fragilidad de lo que Bolí­var y San Martí­n consideraban aún como la “infancia republicana”) resultan realmente secundarias si se las analiza desde un ángulo macro y global. Algo análogo sucede con las controvertidas y polémicas muertes de Piar en Venezuela y de Manuel Rodrí­guez en Chile. Episodios, ambos, poco felices que no opacan lo más importante del legado y la obra de los dos grandes libertadores.
Lo que de fondo une a los dos libertadores (más allá de anécdotas puntuales y a nivel estratégico y no sólo coyuntural), lo que tienen en común y lo que dejan como legado histórico es la confrontación a muerte contra el colonialismo europeo y el proyecto de unidad latinoamericana, el proyecto del pueblo en armas y la guerra revolucionaria a nivel continental, la liberación de los esclavos negros, la abolición de la servidumbre indí­gena, el fin de la humillación de los pueblos originarios y las masas plebeyas. Es por ello que tanto Simón Bolí­var como San Martí­n siguen presentes en la lucha de nuestros dí­as alimentando el fuego de la rebelión por la segunda y definitiva independencia de Nuestra América.


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